En su artículo ¿Y ahora qué? http://www.andalucesdiario.es/politica/y-ahora-que/ relativo a los hechos violentos ocurridos en
el transcurso del acto de cierre de la denominada Marcha de la Dignidad, Julio
Anguita nos hace ver que existen tres
tipos de violencia.
La de los violentos
infiltrados, la de los violentos infiltrados por la oficialidad y la de la
policía al extralimitarse en sus funciones.
En primer lugar,
en cuanto a los violentos infiltrados
y desde la perspectiva que nos brinda el tiempo transcurrido desde los
acontecimientos; los que llevamos bastante tiempo trabajando, esperanzados, en
la organización de este evento, estamos convencidos, sin ningún género de
dudas, de su existencia.
Desde un
principio, hemos hecho gala de nuestro decidido posicionamiento a favor de la
no violencia, mediante la repetición exhaustiva de recomendaciones al respecto, haciendo ver, incluso, la conveniencia
de que los asistentes no hicieran uso de
prendas que ocultaran su rostro.
Por si solo, el
debate que suscitó, en las redes, esta indicación, ya hacía prever la
existencia de grupos minoritarios que no estaban dispuestos a respetar lo
decidido por una gran mayoría.
Pasados los
primeros momentos de natural confusión, ahora podemos afirmar, sin temor a
equivocarnos, que, a estos grupos, les corresponde parte de la responsabilidad
en los hechos que comentamos.
Lo que también
parece que está claro es que, después de hasta quinientos kilómetros andando y
más de quince días de vivir en precario, y pertrechados con una mochila en que
guardar unas pocas pertenencias, no se tienen las fuerzas, ni las ganas, de
golpear coches, ni cabezas de policías.
Lo digo como
integrante de la columna andaluza, que tras jalonar la última etapa de su recorrido
entre Getafe y Madrid, pude ser testigo de muestras de exquisita
condescendencia de casos muy concretos, como cuando se le abrió paso a un coche de alta gama que pretendía cruzar, a
toda costa, la manifestación; o cuando no se le hizo ningún caso al observador
que con atuendo de camuflaje en el que lucía la bandera nacional, miraba
despectivamente a los caminantes, o cuando no se tuvo en cuenta el comentario
del individuo que, a nuestro paso, nos increpó diciendo que “gracias a nosotros
el país estaba así”.
Por lo demás
tuvimos la oportunidad de constatar los claros efectos del agotamiento en los
compañeros que habían iniciado las marchas días antes, e incluso en los que
ahora se incorporaban, contrarrestado por la satisfacción de ver el número
creciente de los que se sumaban a la convocatoria.
Una manifestación
que superó el millón de personas, convirtiéndose en una de las mayores
concentraciones habidas en los últimos años en la capital, si hubiese tenido el
más mínimo interés en mantener una actitud violenta, hubiera generado un
conflicto, a todas luces, difícilmente controlable.
Como diría el
propio Anguita, “Acusarnos de violentos es, además de una falsedad, una
tontería. Si hubiésemos sido violentos, los 1700 policías desplegados habrían
sido neutralizados en un santiamén. No digan estupideces”
Más aún, los que
estuvimos allí, sabemos de la exquisita
apuesta por la no violencia de los organizadores y de la inmensa mayoría de los
participantes, que se granjeó el reconocimiento de muchísimas personas que,
desde las aceras, sus vehículos o las ventanas de sus casas, nos saludaban y
agradecían el esfuerzo realizado en pro de un bien común.
El grueso de la
población no trata así a un grupo de violentos, que causa daño y destrozos a su
paso.
Además, desde el
punto de vista estratégico, y los manuales básicos de guerrilla (tanto urbana,
como de la otra) dan buena cuenta de ello, no se consigue el mismo efecto
concentrando la acción en un solo punto que haciéndolo en distintos focos.
Hasta el más tonto
de los pirómanos lo sabe.
El objetivo de los alborotadores no era
subvertir el “estado de derecho”, mediante el desorden público, sino hacerse
ver, en un momento crucial del evento, logrando que el foco de atención se concentrase en los enfrentamientos en lugar
de la gran aceptación popular con la que contó la convocatoria, a pesar de
no contar con el apoyo de las cúpulas de las centrales sindicales mayoritarias.
Por lo tanto, no
es arriesgado afirmar que los promotores de este tipo de actos de violencia 1)
Eran ajenos a los organizadores de las marchas. 2) No es probable que
participasen activamente en las mismas. 3) Eran un grupo reducido con relación
al grueso de los manifestantes 4) Aprovecharon el enorme éxito de la
convocatoria para el logro de sus objetivos. 5) No respetaron, siquiera, el
término de los actos previstos por la organización del evento.. 6) Ofrecieron,
en bandeja, al gobierno, motivos para desprestigiarlos de cara al grueso de la
población, propiciando el miedo y la desafección de ciudadano medio. En
resumidas cuentas: flaco favor le han
hecho al objetivo de demostración pública del descontento social generalizado
propugnado por los organizadores.
Cualquier intento
de argumentar lo evidente sería absolutamente innecesario de no ser por el papel jugado, desde el primer momento. por
los medios de comunicación, negándose a informar del transcurrir de las
marchas, de sus magníficos resultados y, que, posteriormente, han venido a
reducir a simples algaradas callejeras de un grupo de violentos, que, además de
faltar, palmariamente, a la verdad, desprestigian y atentan contra la
honorabilidad de la gran mayoría de los participantes y del propósito explícito
de la marcha.
Además de lo
anterior, e independientemente del esfuerzo del cuerpo de bomberos de la
Comunidad de Madrid para mantener el orden en el recorrido de la marcha,
existen evidencias de contención de los violentos por parte de los
manifestantes.
En lo relativo a
los “violentos infiltrados por la
oficialidad” (menudo calificativo).
De todos es
conocida la práctica, por parte de los cuerpos de seguridad del Estado, de
infiltrar algunos de sus miembros en actividades que pueden resultarles
sospechosas de ilegalidad.
No es a eso a lo
que me refiero, en este caso, sino, más bien a los del tipo que se ven
obligados a gritar “¡¡que soy compañero, coño!!”, cuando se procede a
detenerlos, porque, digo yo, ¿algo estaría haciendo cuando se les detiene?.¡o
no¡, que casos de estos tampoco son extraños. (No se si es peor lo uno o lo
otro).
Es difícil confirmar
este punto, aunque no lo es tanto, ver como elementos de organizaciones
extremistas de distinto signo al de los manifestantes, aprovechan la ocasión
para desprestigiarlos y provocar a la policía, justificando intervenciones,
que, en caso contrario, no habrían podido tener lugar.
Sus efectos, son
prácticamente, los mismos que los expuestos en el caso anterior.
Por último está la
violencia de la policía al
extralimitarse en sus funciones.
Esto sí que es más
fácilmente verificable por parte del observador exterior ya que, en los tiempos
de la más sofisticada tecnología, es difícil ocultar como se ha actuado en
presencia de miles de testigos con medios suficientes para dejar constancia de
lo ocurrido.
No otra cosa
pretenderían los observadores de la OSCE al manifestar su voluntad de
participar, activamente, en el control del devenir de la marcha.
A este hecho se
achaca por parte de fuentes policiales el reducido número de fuerzas de
seguridad destinado a controlar el principal foco de altercados en los
alrededores del Barclays Bank, la supuesta limitación en los medios utilizados
y la orden de “¡¡aguanta!!” dada a un minúsculo grupo de agentes que se vieron
superados por los manifestantes.
Sea como fuere, lo
que ha quedado demostrado es la falta de capacidad por parte de los
responsables del operativo para aislar y
controlar a los pocos violentos, y que, por el contrario, arremetnr contra
el grueso de la manifestación y las personas que disfrutaban pacíficamente de
los acordes musicales que habría de poner un broche de oro a lo que, había sido
un hito del clamor popular en nuestra historia reciente.
En cualquier caso,
nada justifica la carga contra pacíficos
manifestantes como respuesta a la provocación de los violentos.
¿Era esto
previsible por instancias superiores? ¿Eran deseables, incluso, daños mayores a
los causados, para justificar decisiones políticas de mayor calado y
atentatorias contra la libertad de expresión?.
Es de esperar que el tiempo y la cordura acabe poniendo a cada cual en
su lugar.
Lo
que es absolutamente inadmisible es que, la propia Delegada del Gobierno, en un exceso de irresponsabilidad, anuncie
que va a proceder a querellarse con los organizadores de la manifestación “por
no haber articulado las medidas necesarias para garantizar la seguridad de la
misma”.
Perdone…¿No es
precisamente Vd. la máxima responsable de esto? ¿No fueron Vdes. los que
lanzaron a bombo y platillo que Madrid estaba blindada con un operativo de más
de 1700 agentes para que evitar que ocurriese lo que, lamentablemente ocurrió?
¿No son Vdes. los que reciben los fondos procedentes de nuestros impuestos con
los que hacen el uso que consideran oportuno, para salvaguardar el interés
ciudadano?.
Por estos hechos. ¡¡Las Marchas de la Dignidad son las
verdaderas perjudicadas!!.
Y, sin embargo,
presenciamos, alucinados, el esperpento y la sinrazón de pretender que recaiga
sobre las víctimas la responsabilidad del daño causado por el victimario, ante
la incapacidad manifiesta de los que
tienen los medios, la autoridad y la responsabilidad de evitarlo.
Es como si los
bomberos demandasen a la comunidad de propietarios de un edificio por no haber
podido controlar el incendio provocado por un vecino negligente. ¡Una aberración!.
Esto, por si solo,
es causa suficiente para pedir la dimisión y el cese de los máximos
responsables gubernamentales.
En cualquier caso
sería muy ilustrativo analizar con detalle el desarrollo de los
acontecimientos, así como la composición de los detenidos en el transcurso de
las revueltas, (aunque nos tememos muy mucho, que entre ellos no se encuentren
los verdaderos responsables) para tener una idea más ajustada de las
circunstancias que motivaron los altercados, que, como es común, es muy
probable que no sean atribuibles a una sola causa.
Manuel Pezchico
Marzo 2014
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