domingo, 30 de marzo de 2014

Reflexiones sobre el uso de la violencia inducida #22M

En su artículo ¿Y ahora qué? http://www.andalucesdiario.es/politica/y-ahora-que/  relativo a los hechos violentos ocurridos en el transcurso del acto de cierre de la denominada Marcha de la Dignidad, Julio Anguita nos hace ver que existen tres tipos de violencia.
La de los violentos infiltrados, la de los violentos infiltrados por la oficialidad y la de la policía al extralimitarse en sus funciones.
En primer lugar, en cuanto a los violentos infiltrados y desde la perspectiva que nos brinda el tiempo transcurrido desde los acontecimientos; los que llevamos bastante tiempo trabajando, esperanzados, en la organización de este evento, estamos convencidos, sin ningún género de dudas, de  su existencia.
Desde un principio, hemos hecho gala de nuestro decidido posicionamiento a favor de la no violencia, mediante la repetición exhaustiva de recomendaciones al respecto, haciendo ver, incluso, la conveniencia de que los asistentes no hicieran uso de prendas que ocultaran su rostro.
Por si solo, el debate que suscitó, en las redes, esta indicación, ya hacía prever la existencia de grupos minoritarios que no estaban dispuestos a respetar lo decidido por una gran mayoría.
Pasados los primeros momentos de natural confusión, ahora podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que, a estos grupos, les corresponde parte de la responsabilidad en los hechos que comentamos. 
Lo que también parece que está claro es que, después de hasta quinientos kilómetros andando y más de quince días de vivir en precario, y pertrechados con una mochila en que guardar unas pocas pertenencias, no se tienen las fuerzas, ni las ganas, de golpear coches, ni cabezas de policías.
Lo digo como integrante de la columna andaluza, que tras jalonar la última etapa de su recorrido entre Getafe y Madrid, pude ser testigo de muestras de exquisita condescendencia de casos muy concretos, como cuando se le abrió paso a  un coche de alta gama que pretendía cruzar, a toda costa, la manifestación; o cuando no se le hizo ningún caso al observador que con atuendo de camuflaje en el que lucía la bandera nacional, miraba despectivamente a los caminantes, o cuando no se tuvo en cuenta el comentario del individuo que, a nuestro paso, nos increpó diciendo que “gracias a nosotros el país estaba así”.
Por lo demás tuvimos la oportunidad de constatar los claros efectos del agotamiento en los compañeros que habían iniciado las marchas días antes, e incluso en los que ahora se incorporaban, contrarrestado por la satisfacción de ver el número creciente de los que se sumaban a la convocatoria.
Una manifestación que superó el millón de personas, convirtiéndose en una de las mayores concentraciones habidas en los últimos años en la capital, si hubiese tenido el más mínimo interés en mantener una actitud violenta, hubiera generado un conflicto, a todas luces, difícilmente controlable.
Como diría el propio Anguita, “Acusarnos de violentos es, además de una falsedad, una tontería. Si hubiésemos sido violentos, los 1700 policías desplegados habrían sido neutralizados en un santiamén. No digan estupideces”
Más aún, los que estuvimos allí, sabemos de la exquisita apuesta por la no violencia de los organizadores y de la inmensa mayoría de los participantes, que se granjeó el reconocimiento de muchísimas personas que, desde las aceras, sus vehículos o las ventanas de sus casas, nos saludaban y agradecían el esfuerzo realizado en pro de un bien común.
El grueso de la población no trata así a un grupo de violentos, que causa daño y destrozos a su paso.
Además, desde el punto de vista estratégico, y los manuales básicos de guerrilla (tanto urbana, como de la otra) dan buena cuenta de ello, no se consigue el mismo efecto concentrando la acción en un solo punto que haciéndolo en distintos focos.
Hasta el más tonto de los pirómanos lo sabe.
El objetivo de los alborotadores no era subvertir el “estado de derecho”, mediante el desorden público, sino hacerse ver, en un momento crucial del evento, logrando que el foco de atención se concentrase en los enfrentamientos en lugar de la gran aceptación popular con la que contó la convocatoria, a pesar de no contar con el apoyo de las cúpulas de las centrales sindicales mayoritarias.
Por lo tanto, no es arriesgado afirmar que los promotores de este tipo de actos de violencia 1) Eran ajenos a los organizadores de las marchas. 2) No es probable que participasen activamente en las mismas. 3) Eran un grupo reducido con relación al grueso de los manifestantes 4) Aprovecharon el enorme éxito de la convocatoria para el logro de sus objetivos. 5) No respetaron, siquiera, el término de los actos previstos por la organización del evento.. 6) Ofrecieron, en bandeja, al gobierno, motivos para desprestigiarlos de cara al grueso de la población, propiciando el miedo y la desafección de ciudadano medio. En resumidas cuentas: flaco favor le han hecho al objetivo de demostración pública del descontento social generalizado propugnado por los organizadores.
Cualquier intento de argumentar lo evidente sería absolutamente innecesario de no ser por el papel jugado, desde el primer momento. por los medios de comunicación, negándose a informar del transcurrir de las marchas, de sus magníficos resultados y, que, posteriormente, han venido a reducir a simples algaradas callejeras de un grupo de violentos, que, además de faltar, palmariamente, a la verdad, desprestigian y atentan contra la honorabilidad de la gran mayoría de los participantes y del propósito explícito de la marcha.
Además de lo anterior, e independientemente del esfuerzo del cuerpo de bomberos de la Comunidad de Madrid para mantener el orden en el recorrido de la marcha, existen evidencias de contención de los violentos por parte de los manifestantes.
En lo relativo a los “violentos infiltrados por la oficialidad” (menudo calificativo).
De todos es conocida la práctica, por parte de los cuerpos de seguridad del Estado, de infiltrar algunos de sus miembros en actividades que pueden resultarles sospechosas de ilegalidad.
No es a eso a lo que me refiero, en este caso, sino, más bien a los del tipo que se ven obligados a gritar “¡¡que soy compañero, coño!!”, cuando se procede a detenerlos, porque, digo yo, ¿algo estaría haciendo cuando se les detiene?.¡o no¡, que casos de estos tampoco son extraños. (No se si es peor lo uno o lo otro).
Es difícil confirmar este punto, aunque no lo es tanto, ver como elementos de organizaciones extremistas de distinto signo al de los manifestantes, aprovechan la ocasión para desprestigiarlos y provocar a la policía, justificando intervenciones, que, en caso contrario, no habrían podido tener lugar.
Sus efectos, son prácticamente, los mismos que los expuestos en el caso anterior.
Por último está la violencia de la policía al extralimitarse en sus funciones.
Esto sí que es más fácilmente verificable por parte del observador exterior ya que, en los tiempos de la más sofisticada tecnología, es difícil ocultar como se ha actuado en presencia de miles de testigos con medios suficientes para dejar constancia de lo ocurrido.
No otra cosa pretenderían los observadores de la OSCE al manifestar su voluntad de participar, activamente, en el control del devenir de la marcha.
A este hecho se achaca por parte de fuentes policiales el reducido número de fuerzas de seguridad destinado a controlar el principal foco de altercados en los alrededores del Barclays Bank, la supuesta limitación en los medios utilizados y la orden de “¡¡aguanta!!” dada a un minúsculo grupo de agentes que se vieron superados por los manifestantes.
Sea como fuere, lo que ha quedado demostrado es la falta de capacidad por parte de los responsables del operativo para aislar y controlar a los pocos violentos, y que, por el contrario, arremetnr contra el grueso de la manifestación y las personas que disfrutaban pacíficamente de los acordes musicales que habría de poner un broche de oro a lo que, había sido un hito del clamor popular en nuestra historia reciente.
En cualquier caso, nada justifica la carga contra pacíficos manifestantes como respuesta a la provocación de los violentos.
¿Era esto previsible por instancias superiores? ¿Eran deseables, incluso, daños mayores a los causados, para justificar decisiones políticas de mayor calado y atentatorias contra la libertad de expresión?.  Es de esperar que el tiempo y la cordura acabe poniendo a cada cual en su lugar.
Lo que es absolutamente inadmisible es que, la propia Delegada del Gobierno, en un exceso de irresponsabilidad, anuncie que va a proceder a querellarse con los organizadores de la manifestación “por no haber articulado las medidas necesarias para garantizar la seguridad de la misma”.
Perdone…¿No es precisamente Vd. la máxima responsable de esto? ¿No fueron Vdes. los que lanzaron a bombo y platillo que Madrid estaba blindada con un operativo de más de 1700 agentes para que evitar que ocurriese lo que, lamentablemente ocurrió? ¿No son Vdes. los que reciben los fondos procedentes de nuestros impuestos con los que hacen el uso que consideran oportuno, para salvaguardar el interés ciudadano?.
Por estos hechos. ¡¡Las Marchas de la Dignidad son las verdaderas perjudicadas!!.
Y, sin embargo, presenciamos, alucinados, el esperpento y la sinrazón de pretender que recaiga sobre las víctimas la responsabilidad del daño causado por el victimario, ante la incapacidad manifiesta de los que tienen los medios, la autoridad y la responsabilidad de evitarlo.
Es como si los bomberos demandasen a la comunidad de propietarios de un edificio por no haber podido controlar el incendio provocado por un vecino negligente. ¡Una aberración!.
Esto, por si solo, es causa suficiente para pedir la dimisión y el cese de los máximos responsables gubernamentales.
En cualquier caso sería muy ilustrativo analizar con detalle el desarrollo de los acontecimientos, así como la composición de los detenidos en el transcurso de las revueltas, (aunque nos tememos muy mucho, que entre ellos no se encuentren los verdaderos responsables) para tener una idea más ajustada de las circunstancias que motivaron los altercados, que, como es común, es muy probable que no sean atribuibles a una sola causa.                                                                         
Manuel Pezchico
Marzo 2014

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